La parte 1 de este trabajo se puede ver en este enlace:
https://jorgeliniadohomeo.blogspot.com/2018/11/la-enorme-importancia-de-la-autoestima.html
Se suele describir que existen cuatro estilos parentales: democrático,
autoritario, permisivo y negligente.
Los padres democráticos manejan adecuadamente las normas y su
supervisión. Son buenos comunicadores. Muestran agrado frente al buen
comportamiento. Respetan y escuchan a sus hijos, brindan autonomía, fomentan la
independencia sin dejar de supervisar, respetan la individualidad y combinan el
diálogo y el razonamiento con afecto. Son sensibles a las necesidades del hijo.
Imponen límites y autoridad con razones y lo mismo sucede si se ven obligados a
una restricción o castigo. Sus hijos tienen buena autoestima.
En los autoritarios se ve una gran exigencia a los hijos, con
un control estricto por el cumplimiento de las normas, aunque están poco
atentos a las necesidades emocionales y espontáneas. Hay mucho castigo, aún
físico y poco estímulo y alabanza. Transmiten que todo lo que hace el hijo es
insuficiente. La voluntad del padre es ley indiscutible. Constante afirmación
del poder paterno. No hay comunicación abierta en dos direcciones, solo el
padre tiene autoridad para comunicar. No se sienten responsables de los
problemas de su hijo. Claramente tanta exigencia hace que el hijo sienta que no
está a la altura y su autoestima es dañada.
El estilo permisivo tiene mejor manejo afectivo, los padres
conceden prácticamente la autonomía a los hijos y le dan los gustos, sin poder
efectivamente marcar las normas en varios sentidos. Son demasiado pasivos y
permisivos. Toleran todos los impulsos de los niños y casi no
castigan. Los padres apenas supervisan las actividades. Los hijos suelen tener
básicamente dos problemas que terminan dañando su autoestima. Por un lado no
aprenden a comportarse en sociedad, porque se llevan mal con los límites
volviéndose agresivos y moviendo respuestas represivas por parte de los otros. Por
otro lado no logran suficiente autodisciplina para perseverar hasta tener
logros de metas e independencia. Es decir también aquí se afecta la autoestima,
que no pude existir sin esos logros.
Finalmente el estilo negligente cuyas variables están dadas
por el bajo control del afecto y de las de normas. Son alegres y vitales, pero
no se implican con sus hijos invierten en ellos el menor tiempo posible, no son
sus educadores. Bueno aquí la perdida de autoestima es fácil de entender. El
sentimiento es de no ser importante para quién es importante para mí.
Estos son
estilos generales que se describen en Psicología.
Sin embargo quiero hablar de dos estilos particulares que se
ven con muchísima frecuencia en el consultorio. Los padres hipercríticos y los
exitistas. Debido a las características de equilibrio psico-emocional que
presentan los padres democráticos, estos dos no pueden ser parte de ese grupo,
pero si de cualquiera de cualquiera de los otros tres.
Los padres hipercríticos, son aquellos que todo lo ven mal.
No me refiero a sus hijos, sino a todo o casi todo. El hijo se acostumbra a
escuchar esa crítica constante y aprende cuantas cosas malas hay en el mundo,
cuantas personas tienen defectos y falencias. El padre critica con rabia,
tristeza o sorna. Critican en las charlas familiares, cuando ven televisión o
escuchan la radio. A los amigos, a los familiares, a los compañeros de trabajo,
a los funcionarios, a los deportistas, a los que hacen trabajos para ellos, a
los artistas. Siempre encuentran a quién criticar. A veces son sabelotodos y
aunque no siempre sucede, pueden carecer de autocrítica. Antes de explicar como
influyen en la autoestima de los hijos, quiero señalar que ellos
mismos consciente o inconscientemente carecen de
autoestima y para sentirse mejor buscan el defecto, la falta, afuera. El padre
hipercrítico autoritario suele causar un daño profundo a la autoestima del
hijo. Ese hijo que recibe constantemente el mensaje de que todo lo que hace, o
dice o siente está mal, es imposible que constituya una buena imagen de si
mismo. Podrá suceder que esté con constante sensación de falta de confianza o
de imposibilidad o ser débil, inadecuado, etc. o puede que se defienda de las
diversas formas ya explicadas.
Aquellos hipercríticos que no centran
las criticas en sus hijos, también los afectan impidiéndoles tener buena
autoestima, pero lo hacen de forma indirecta. El hijo forma su juez interno a
partir del ejemplo del padre. Tiene un juez interno fuertemente crítico, que no
lo aprueba. Ese niño aprende a criticar como su papá y la crítica finalmente
cae sobre si mismo.
Una variante del padre crítico es el sobreprotector.
Este parece no criticar, sin embargo existe una crítica oculta. El padre
no lo manifiesta pero a su entender el hijo es débil o sin carácter o sin
aptitudes y siente que debe sobreprotegerlo. En vez de confiar en las
posibilidades del niño y estimularlo lo sobreprotege. El mensaje no es
manifiesto pero sin embargo para el hijo es claro, si no me ayudan no puedo.
El exitismo se ha convertido en una patología sociocultural,
que afecta en diferente medida a distintos grupos. No tiene el mismo peso en
todas las culturas. El padre exitista quiere compensar su baja autoestima
queriendo ser exitoso y también desea hijos exitosos. El éxito y la consiguiente
aprobación social es vivida como un enorme logro que en muchos casos justifica
esfuerzos, sufrimientos y aún pérdida de valores, porque el deseo es tan fuerte
que no repara en costos. El éxito que ese padre exige para aprobar al hijo, se
puede convertir para este en una enorme carga que daña la autoestima si no se
lo consigue, porque se lo vive como doloroso fracaso.
De conseguirlo se puede llegara una enorme pérdida en
términos afectivos. La persona para mantener el éxito, pone casi toda su energía
en eso, se auto centra y relega la vida afectiva a un segundo plano (la
real no la fingida). A veces el éxito se puede mantener
hasta el final de una vida, pero otras, todo puede terminar en una enorme
depresión.
Cuando la baja autoestima provoca sufrimiento, es necesario
que el que sufre haga un tratamiento psicoterapéutico. Ese tratamiento tal como
he señalado en otra oportunidad debe hacer foco en la revisión de la historia
personal, buscando aquellos factores que consciente o inconscientemente sean
los que están condicionando conductas o sentimientos capaces de producir
sufrimiento. En ese camino, el terapeuta no le “revela” al paciente dichos
factores, sino que actúa como un facilitador de esa búsqueda y de la
elaboración reflexiva de lo encontrado en la misma, al tiempo que incentiva un
cambio que lleve a un estado de satisfacción con la propia vida. Esto
facilitará la modificación de la pobre imagen que la persona tiene de si misma
hasta elevar la autoestima. Lo que se moviliza está fuertemente consolidado,
grabado, fijado como parte del psiquismo. Ese es el motivo por el cual es un
proceso lento, trabajoso, largo. No se puede hacer en meses, dura años.
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